martes, 18 de noviembre de 2014

Quédate conmigo.

Era un día lluvioso, y una hoguera ardía solitaria en el bosque. De ella, surgió una pequeña llama con forma de chico, que miró todo con aire curioso y comenzó a andar. A los pocos pasos, de una gota de lluvia que había en el suelo, surgió una chica.
Ambos se miraron con curiosidad. La chica sonrió, y él sonrió también, sonrojándose más de lo que su cuerpo de llamas permitía. 
Pero cuando se fueron a tocar, la mano de él se apagó y la de ella se evaporó.
Ambos se miraron tristes al comprender que no podían tocarse. Él intentó hacer todo lo posible para estar a su lado, y ella también, pero no podían tocarse. De pronto, reparó en una pequeña piedra cubierta de las cenizas surgidas cuando se tocaron, y se la señaló a ella. Ella sonrió. Cogieron la piedra y se refugiaron en una pequeña cueva. Él la miró de reojo mientras se sentaban cuidando de la piedra, y ella lo miró y sonrió al ver que se sonrojaba de nuevo. Se gustaban mucho, a pesar de su impedimento.
La noche llegó y ambos durmieron cuidando de la piedra. Al día siguiente, él se despertó antes que ella. Se dio cuenta de algo extraño: parecía que era más pequeña que el día anterior...
Y la piedra no estaba.
Se levantó nervioso. Esa piedra era el único lazo con aquella chica-gota, y el chico-llama no quería alejarse de ella. Encontró a unas hormigas que se llevaban la piedra y las espantó, abrazando su piedra feliz. Pero la alegría le duró poco. Un hombre vio al chico-llama y le hizo subirse a una antorcha. Él miraba hacia atrás muy triste, atrapado en la antorcha, mientras veía cada vez más lejos la cueva donde estaba la chica-gota.
El hombre lo metió en un candil y lo dejó allí metido, iluminando su casa y dándole calor. Él se sentía solo y triste...hasta que la vio subiéndose a la ventana y tocando el cristal, con una sonrisa aliviada. Él se puso muy contento y bailoteó de alegría dentro de su candil.
Ella se sentó junto al candil y se quedó con él toda la tarde, sin separarse de él. No podían tampoco comunicarse con palabras, solo con gestos y caras, ya que no eran de la misma condición (llamas y agua), pero se habían encariñado entre sí. 
Cuando llegó la noche, ella bostezó y se echó a dormir a su lado. Él también bostezó, pero cuando la miró, se dio cuenta de que se estaba evaporando. Golpeó el candil con sus manitas y trató de llamarla, pero ella estaba dormida, y finalmente, la chica-gota se convirtió en humo ante sus ojos. 
Se quedó solo y triste, y entonces, el hombre, que ya iba a dormir, apagó el candil, acabando con la vida del chico-llama.

Al rato, su consciencia le avisó de que seguía vivo.
Él abrió los ojos y se vio flotando en el aire. Se había convertido en el humo que salía del candil donde había estado antes con forma de llama. Dio vueltas por el aire sintiéndose libre, pero la tristeza le volvió a asaltar. Él estaba allí, pero ella no...
Una chica-humo se cruzó frente a él y se puso delante suya sonriendo. Él se sorprendió mucho y dio grititos de alegría.
- Ahora podemos hablar...el uno con el otro -dijo ella.
- Es verdad... -él se sonrojó, y acercó su mano a la de ella.
Ambos acercaron sus manos, y por fin, consiguieron tocarse. Primero sus manos, luego sus brazos, luego se abrazaron riendo contentos. 
Y ella le susurró al oído...
"Quédate cerca".

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