Que nadie se asuste. No estoy depresivo ni quiero separarme del mundo, ni nada de eso.
Hace relativamente poco tiempo, celebré una fiesta de Halloween en casa, y me descargué la Marcha Fúnebre de Chopin para ponerla como música de fondo. Para ello, la escuché en Youtube, y encontré un vídeo (cuyo link dejo aquí: http://www.youtube.com/watch?v=28sdV_DXSrU ) muy bueno. La música de fondo, y la imagen del vídeo, hicieron crecer en mi mente la semilla de una historia, una idea. Ésa idea creció y creció, y se ha convertido en la historia que vais a leer. La idea principal es la siguiente: ¿es de verdad la Muerte tan mala? Descubridlo mientras leéis...
La tarde cayó en el pueblo, y en lugar del precioso atardecer que era costumbre contemplar, una luz gris se apoderó del cielo. Un viento gélido recorrió las calles del pueblo de leñadores que se encontraba a la vera del bosque de pinos, que súbitamente perdió su color y comenzó a marchitarse. Aunque era otoño, aquel fenómeno no era natural; debía estar provocado por algo sobrenatural.
La gente se resguardó en sus casas, y las familias encendieron las chimeneas para alejar esa sensación de malestar que se había apoderado de sus corazones, y se reunieron a su vera. Los animales del bosque rehuyeron el pueblo y se escondieron en sus madrigueras, y el color parecía desvanecerse conforme avanzaban los minutos. Y entonces, las campanas de la iglesia, donde muchos feligreses se habían reunido para rezar por el alma de un recién difunto y para resguardarse de ese sentimiento en el grupo, comenzaron a tocar. El entierro había finalizado, y ahora repicaban, entonando una especie de lúgubre cántico por aquel hombre. Encima de la nueva lápida, al final del cementerio, un hombre joven estaba sentado.
Si alguien se hubiera molestado en mirarle, se hubiera fijado en que no llevaba camiseta. En que tan sólo llevaba unos pantalones negros, y que sus pies desnudos le sostenían con maestría encima de la tumba.
Pero, sobre todo, en las dos enormes alas negras que decoraban su espalda.
Bajo con un suavísimo salto y aterrizó con un débil aleteo. Su pelo, lacio y negro, se le pegaba a la frente. Su piel era pálida como la nieve, y sus labios parecían haber perdido todo el color, y tenía los ojos de un negro absoluto: parecían absorber la luz a su alrededor, marchitando las flores que había en las tumbas de alrededor. Su rostro no mostraba emoción alguna; tan sólo...si uno miraba bien...podría notar que su frente estaba lisa, y que sus cejas estaban caídas, y sus ojos tenían una leve luz de cansancio.
Como si estuviera...triste. Y cansado.
La Muerte miró alrededor suya. La gente le rehuía, incluso aunque no supieran que estaba allí, los animales se alejaban de él y las plantas se marchitaban a su paso. Los hombres hablaban de él (aunque lo confundieran con "ella", por su título) con temor y deseaban no cruzarse con él nunca. La Vida huía atemorizada de él.
¿Y todo por qué?
Por la ignorancia.
Le temían porque no sabían. "¿Qué hay después de la muerte?", se preguntaban. Y temían la respuesta porque les era imposible responder a la pregunta.
Y como comprenderás, querido lector, la Muerte se sentía sola y deprimida, pues sólo aquellos que han muerto se encontraban con él, y sólo por un breve tiempo.
Una lágrima negra salió de los ojos de la Muerte. Esa lágrima iba cargada de toda la angustia que la Muerte experimentaba, y si alguien pudiera tan sólo comprender la quinta parte de esa angustia, querría acabar con su vida para no cargar con ella.
Pero la Muerte no tenía esa oportunidad; simplemente debía cargar con su angustia, para siempre.
Su lágrima cayó en la tumba del recién enterrado hombre, lo que provocó que su alma saliera de la tierra, y mirara desconcertado el mundo exterior; y entonces reparó en él. Pero sus ojos no mostraron temor al reconocerle. Ni una sola lágrima salió de los ojos de aquella alma, ni una sola súplica salió de su boca. Simplemente, se levantó y sonrió a la Muerte, que, por una vez, estaba sorprendida.
- ¿Eres tú la Muerte? - preguntó el alma.
- Sí, soy yo. He venido a llevarte: tu hora ha llegado - contestó la Muerte, con su voz fría, carente de ánimo, no aguda pero tampoco grave, no baja pero tampoco alta.
- De acuerdo. ¿Quizás me permitirías una pregunta?
- Por supuesto. Sólo puedo llevarte al Otro Lado cuando hayas terminado todo lo que debas hacer en este mundo.
- ¿Por qué pareces tan...triste? - su interlocutor parecía realmente interesado en él.
- La Vida me rehuye. Me siento solo. Llevo milenios estando solo - ésa fue la escueta, pero emotiva respuesta del ángel negro.
- No entiendo el porqué.
- Yo tampoco. ¿Acaso tú no me temes?
- ¿Debo temer a algo que no conozco? - el hombre recién enterrado sonrió-. No puedo saber qué hay después de la Vida. Puede ser algo horrible, pero también puede ser algo bueno, que nos libere de los sufrimientos que sentimos en vida y deje a nuestra alma descansar. ¿Por qué atormentarme con esos pensamientos, cuando aún tengo cosas que vivir? - tras un silencio, negó con la cabeza, el gesto sonriente-. Bueno, ya ninguna.
- Me sorprende que pienses así. No quedan muchos hombres que cambiarían sus sufrimientos mundanos por su descanso en el Otro Lado...me recuerdas a un hombre que conocí hace mucho tiempo - añadió la Muerte.
- ¿Quién?
- Un griego. Un hombre llamado Sócrates. Les dijo a sus discípulos que no temieran por él cuando estaba condenado a muerte, pues creía poder adivinar que tras la muerte su alma encontraría el descanso que tanto anhelaba. Fue el primero que hizo lo mismo que tú...preguntarme por qué estoy triste - la Muerte se permitió tensar los labios en un esbozo de sonrisa.
Su interlocutor sonrió también y echó a andar tras él cuando la Muerte se dirigió hacia una lápida negra que no tenía nombre. Allí, tocó con uno de sus fríos y alargados dedos la esquela y se abrió una especie de portal hacia un lugar que brillaba con fuerza. El alma del hombre muerto se giró y señaló el portal.
- ¿Es eso el Otro Lado?
- Es eso - respondió la Muerte.
- ¿Y...qué es, exactamente?
La Muerte sonrió, con todos sus dientes blancos como el lienzo virgen de un pintor, y en su mirada se reflejó el anhelo que sentía por unirse él también a esa luz.
- El lugar más maravilloso que puedas imaginar. No hay estímulos, no hay angustias, no hay deseos. No hay nada que te llame la atención y que te haga desear poseerlo. No hay nada ni nadie que te haga querr estar en otro lugar. Simplemente...es paz. Quietud. Calma.
- Descanso eterno - completó su interlocutor.
El ángel negro asintió y le señaló el camino. El hombre, sabiendo que había llevado a cabo una vida plena, hizo una reverencia a la Muerte y caminó hacia él. Entonces, justo antes de cruzar, se giró y sonrió a la Muerte.
- Espero que, en un futuro, muchos más cambien de opinión, pues creo que no están siendo justos contigo. Adiós...y hasta siempre.
El portal se cerró, y la Muerte volvía a estar sola.
Pero esta vez, la sonrisa no se desvaneció del todo de su rostro, y una luz de esperanza se quedó grabada en sus ojos.
La esperanza de que, en algún momento, la humanidad cambiara de opinión, como aquel hombre que le había devuelto una pizca de su alegría.
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