martes, 10 de abril de 2012

Nunca perder la esperanza.

Ésta es la historia de un hombre que lo perdió todo: su mujer, sus dos hijos, su dinero, su casa y su trabajo. De repente, se vio en la calle, teniendo que pasarle una pensión a una mujer que le odiaba por unos hijos a los que él amaba, sin trabajo para conseguir dicho dinero y sin hogar donde refugiarse. Desesperado, se lanzó a las calles en busca de trabajo, pero nadie le contrataba porque la crisis lo impedía. Comenzó a mendigar dinero, primero apenas unos euros para poder pagarle a su mujer, luego dinero y comida. El tiempo y el hambre le dejaron hecho un asco e irreconocible: adelgazó y su rostro se picó por las enfermedades que sufrió, sus ropas, que no podía cambiar, estaban rotas y sucias; y su orgullo quedó destrozado.
Pero nunca perdió la esperanza, y eso le permitió seguir adelante durante un tiempo. Aprendió a tocar la guitarra tras convivir un tiempo con unos gitanos mendigantes, y ellos le regalaron una por su honradez. Su música lo era todo para él, pues aparte de ayudarle a conseguir dinero, le calmaba el dolor de su alma.
Consiguió ropa nueva y dinero suficiente para alquilar una habitación de un hotel por una noche; esta noche la aprovechó para descansar como nunca antes y para lavarse. Tras afeitarse y cortarse el pelo (de manera "casera", pues no tenía más dinero), apenas se reconoció a sí mismo. Pero armado de un renacido valor y siempre con la esperanza como salvavidas, preparó rápidamente un currículum y se presentó a tantas entrevistas de trabajo como pudo. En las dos primeras le dijeron que no era el trabajador adecuado, en la tercera que no tenía experiencia, y en la cuarta que no querían ni verle.
Pero en la quinta entrevista, su suerte cambió.
Tras sentarse en la silla de entrevistas, su futuro jefe se le quedó mirando un tiempo, y le preguntó su nombre. Al decírselo, su futuro jefe sonrió y le dijo: "No te veía desde la Universidad. Has adelgazado tanto y pareces tan viejo que no te he reconocido. Pero cuando te he visto esa mirada esperanzada del que no se rinde ante nada, sabía que eras tú". Ambos hombres se dieron un abrazo, y tras unas breves preguntas, le contrataron. Ganó dinero para pagarle las mensualidades a su mujer, ascendió en la empresa, alquiló un piso, conoció a una mujer maravillosa y se enamoró de ella, al igual que ella de él. Y su salud mejoró considerablemente cuando comenzó a comer comida caliente y a tener higiene diaria.
Pero no olvidó nada de lo que había vivido en la calle. Siguió tocando la guitarra, pues le encantaba, y sabía de quién podía fiarse y de quién no. Y cada vez que veía un gitano, sonreía y le saludaba respetuosamente. 
A sus hijos solo les transmitió valores de respeto, tolerancia hacia los demás, empatía y amor; nunca les enseñó a desconfiar de los demás, sino a que los demás aprendieran a confiar en ellos. Y siempre les repetía una frase: "Podéis perderlo todo, y será muy duro; pero solo cuando perdáis la esperanza, solo entonces, os habréis perdido a vosotros mismos".